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Edward Rojas gana Premio Nacional de Arquitectura

Edward Rojas ha dedicado 40 años a relevar la tradición arquitectónica de la isla, a la que llegó a vivir en 1977. Ayer, el Colegio de Arquitectos le otorgó el mayor galardón local de la disciplina.

Un hombre nacido en el desierto, que se formó profesionalmente como arquitecto en la costa central, pero que terminó dedicando su vida profesional a rescatar el patrimonio sureño. Edward Rojas Vega (64) reconoce que ni siquiera conocía los palafitos cuando en 1977, a los 24 años, decidió ir a instalarse en Chiloé, con la idea de proponer una estética contemporánea. Terminó enamorado de las tradicionales técnicas de construcción local, que aprendió y fue adaptando a sus propias creaciones.

Durante 40 años, Rojas se ha convertido en uno de los arquitectos más importantes de la zona y más que eso, en un activista que ha trabajado por el rescate y la conservación del patrimonio chilote. Tan solo al llegar, se involucró en la defensa de los palafitos, que a fines de los 70 el gobierno había decretado eliminar. “Dimos una dura batalla en plena dictadura, junto a los vecinos, las universidades, el municipio y el Colegio de Arquitectos, viajamos a presentar el caso en la Bienal de Santiago y logramos que el gobierno echara pie atrás. No era un problema estético sino que ético, los palafitos necesitaban ser mejorados, restaurados, y eso fue lo que hicimos”, recuerda Rojas sobre sus inicios en la isla.

Ayer, el Colegio de Arquitectos reconoció su labor con el mayor galardón que se da, cada dos años, a la disciplina en Chile: el Premio Nacional de Arquitectura.

“Quisimos hacer un homenaje a un arquitecto que pone en valor la arquitectura, el arte y la creación en una zona del país llena de potencial, aportando a su revitalización. Nos ha enseñado que la forma de habitar se asume desde lo sustentable, desde el amor al oficio y por la reinterpretación de la arquitectura regional como una arquitectura de carácter contemporáneo”, señaló sobre la decisión Pilar Urrejola, presidenta del Colegio de Arquitectos.

Para Rojas, el premio también reconoce el rol que ha cumplido la delegación chilota del Colegio de Arquitectos, donde él es uno de los miembros y fundadores. “Es un reconocimiento a la recuperación del patrimonio y el territorio en general, a su gente, a sus maestros carpinteros y todos los que valoran la cultura chilota. Me parece maravilloso que el Colegio esté mirando a las regiones”, dice.

Formado en la Universidad de Valparaíso, se trasladó a Chiloé junto a su amigo arquitecto Renato Vivaldi, con quien formó el Taller de Arquitectura Puertazul. De inmediato comenzó a construir desde pequeñas casas para pescadores hasta la restauración de iglesias. Hoy cuenta con una larga lista de proyectos que destacan por recoger elementos tradicionales del lugar, incluidos los materiales, muchos reciclados, con toques contemporáneos. Entre ellos está el Museo de Arte Moderno de Chiloé, el Hotel Quilquico, las Cocinerías La Dalca en Dalcahue, el Internado Campesino San Francisco (Finalista del Premio Andrea Palladio, Vicenza, Italia) y el hotel boutique Palafito 1326 (destacado en la Bienal Internacional de Argentina 2014 como uno de mejores hoteles sustentables del mundo).

“Nací en un campamento minero en la Mina Vieja, lugar que se lo tragó la tierra”, cuenta. “ Tuve la fortuna de venir de allí, del desierto, de la precariedad más profunda y ver con esos ojos lo maravilloso que es el sur, Chiloé, su gente, su clima, su naturaleza. Lo que hice fue poner en valor algo que sus habitantes no sabían que tenían”.

Mirada regional

Para el último galardonado, de 2014, Teodoro Fernández, la labor de Rojas ha sido importante desde varios frentes. “De alguna manera él ha sido el responsable de haber puesto en el mapa la arquitectura chilota. La ‘cultura de la madera’ como él la llama es algo que hace 40 años no se valoraba. Ha formado además a muchos arquitectos y él tampoco es un desconocido: su trabajo ha sido reconocido tanto en América Latina como en otras partes del mundo”, asegura el autor del Parque Bicentenario.

El arquitecto Albert Tidy valora que el premio tome distancia de la primera línea de la vanguardia arquitectónica para volver la mirada hacia lo regional. “Me parece un premio inesperado, porque en las últimas dos décadas se ha puesto en valor otro tipo de arquitectura más internacional. Rojas no representa a ese grupo, viene de la retaguardia y en ese sentido es un premio tardío, porque su aporte fue relevante hace mucho”, dice.

Dentro de los trabajos que Edward Rojas más valora está el proceso de restauración de las iglesias de Chiloé que él también lideró a mediados de los 90 y que fue uno de los antecedentes esenciales para que en 2000 estas fueran declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. “Logramos interesar a la Comunidad Europea para que financiara las obras, pero sólo con la mitad de los recursos. El resto debíamos conseguirlo nosotros. Conseguimos reunir 500 mil dólares de la comunidad: hicimos curantos, rifas, ramadas, remates de obras de arte, ferias de las pulgas, de todo, fue un trabajo comunitario maravilloso”, recuerda.

Actualmente su trabajo en esa línea continua con tres proyectos: está levantando un pequeña iglesia palafito en la calle Pedro Montt de Castro; reconstruye la iglesia San Sebastián en Purranque, destruida por un incendio en febrero de 2016, y construye en Palena un iglesia a la usanza del siglo XVIII. “Estamos replicando ese viejo método de mecanos de madera encajados y unidos por simples tarugos también de madera, sin clavos. Mucha gente se ha unido para poder aprender la técnica y que no se pierda, y a eso por supuesto le incorporamos la mejor tecnología de este siglo, en calefacción, ventilación, acústica e iluminación”, cuenta.

Claro que en su vida profesional también ha tenido tragos amargos, como su fallida oposición a la construcción del mall de Castro. “Fui el primero en denunciarlo, en tomarle la foto y enviarla a los medios. Todos queríamos un mall, pero no de esa manera, destruyendo toda la escala de la ciudad. Allí se juntó un arquitecto complaciente con un empresario ambicioso y una autoridad que facilitó todo para que Chiloé entrara de manera forzosa a la modernidad. Hoy no es un orgullo, es una vergüenza para la ciudad. Es una de mis batallas perdidas más dolorosas, porque llegamos tarde, no nos dimos cuenta cómo el mercado estaba dominando la situación.

Y lo peor es que fui tratado como un afuerino que no quería el desarrollo de la ciudad, cuando mi deseo siempre ha sido lo contrario”. afirma.


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